“Amabilidad: Cualidad de amable. Digno de ser amado. Agradable, dulce, suave en la conversación y el trato”. Se comprende la amabilidad mejor cuando se entiende que si un individuo tiene grandes expectativas de los demás siempre se siente desdichado y por eso lo que da es condicionado a lo que quiere recibir, pero la persona realmente amable no tiene ninguna expectativa en mente…
Su bienestar interior se ha cultivado en una mente equilibrada y sin prejuicios ni expectativas. Sus sensaciones interioriores predominantes son amor y conexión con lo divino. Por lo mismo esta clase de persona sólo desea ser abierta, amigable, servicial y generosa expresando su sentimiento.
Muchas virtudes se desprenden del sentimiento interior que posee una persona centrada en el amor. Las personas amables tienen siempre algo bonito que decirle a los demás y siempre dicen lo que tengan que decir de la manera más bella posible. Todo el tiempo reflejan amor tanto en sus palabras como con su lenguaje corporal y sus actos. Tienen siempre agradecimiento y bondad a flor de piel.
Lo que dicen, piensan y hacen es la misma cosa. No sólo son corteses de palabra, sino que el amor que expresan lo sienten de corazón y no hay ningún pensamiento que lo contradiga mientras son amables. Las personas amables son siempre suaves de tratar.
Aún bajo circunstancias tensas, predomina en ellos una intención firme de buena voluntad. No se apresuran a sacar conclusiones negativas de ninguna situación, sino que buscan informarse antes que pensar nada malo y aún cuando puedan comprobar una mala intención por parte de otros, no los juzgan sino proyectan compasión retirándose o tratando con ellos lo más suave posible. No pretenden ser ni mejores ni peores que nadie, sino bondadosos con todos.
Son además diligentes y prestan total atención a su interlocutor con interés por crear empatía con él. Son atentos a sus necesidades y de estar dentro de sus posibilidades prestan servicio aún si no se les ha pedido.
La versión exagerada de esta cualidad se convierte en un defecto cuando intentamos forzarnos a ser amables con una persona con la que no estamos a gusto o que posiblemente está siendo abusiva con nosotros y aún sintiendo que en realidad no nos agrada, o que no es apropiado seguimos respondiendo amables porque no nos gustaría que nadie pensara que no lo somos.
Aquí el ego tomo el lugar del espíritu y en ausencia de la verdadera motivación –amor– lo que queremos es “lucir buenos”.
Llevar la amabilidad a su exageración se expresa también cuando usamos gestos desproporcionados al trato de una persona al punto de hacerla parecer superior que nosotros mismos u otros, o mucho más allá de lo que el momento sugiere como apropiado. Por lo mismo este desequilibrio es poco saludable para todos, pues raya en lo falso.
En virtud una persona acoge a otra con suavidad y dulzura pero si lo exageramos se vuelve un adulador, más bien un trato vacío de sentimiento basado simplemente en la máscara que queremos proyectar para aparentar ser “amorosos” en lugar de serlo.
El defecto por ausencia de esta virtud es la rudeza y consiste en tratar a los demás con tosquedad, brusquedad, descortesía, aspereza y/o groseramente. Las personas con este defecto son generalmente personas que tienen alguna lastimadura interior, por lo que perciben al mundo como un lugar peligroso, nada digno de confianza, donde los demás podrían intentar abusarles de alguna manera.
Es muy posible que su uso no tenga que ver tanto con “torpeza social” como con una sensación interior de estar solos en un mundo hostil, por lo que justifican su trato con pensamientos de desconfianza y de recuerdos del pasado, donde sí fueron abusados.
Lo irónico es que la rudeza es agresiva en sí misma y por lo mismo provoca agresividad en quien la recibe, salvo que el receptor sea una persona muy centrada y no se tome a personal el tipo de trato que recibe. Con esta actitud ellos mismos causan la agresión que reciben sin percatarse de haber formado un círculo vicioso.
Las persona rudas hablan con lenguaje soez, con palabras agraviantes, con falta de gracia y tacto, sin sonreír, ni considerar a nadie, reflejando nada más su conflictivo estado interior. Usan una forma de comunicación directa y a veces agresiva y exigente. No se interesan en crear empatía con su interlocutor.