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Las virtudes que tienen todas las personas de éxito (parte 1)

 

Las virtudes son el patrimonio moral del ser humano. Ellas nos ayudan a comportarnos correctamente en toda circunstancia; es decir, hacer lo bueno en el sentido más verdadero y completo.

Ninguna persona nace bueno o malo, como nadie nace médico o artesano, pero de la naturaleza recibe la capacidad para llegar a serlo. El deber de ser virtuosos, es decir, buenos en el sentido auténtico, debe ser un empeño de todos, porque todos deben buscar mejorar moralmente. No existe otra posibilidad: o se hace uno mejor o se hace peor. Esto significa que, o se adquieren las virtudes o nos abandonamos a los vicios.

Muchas veces nos encontramos de frente en una bifurcación: no se puede no elegir. Si elige el bien, mejora; en caso contrario, empeora. Por ejemplo, quien elige ser mesurado en la mesa, hoy, mañana, etc., se hace sobrio y libre ante las atracciones de la comida. Por el contrario, quien es desordenado, se hace viciosos y esclavo de los impulsos del momento. El fumador empedernido está sometido por el tabaco; el alcoholizado no es una persona libre para elegir en materia de alcohol; el drogadicto es una persona encadenada. Son todos ejemplos de esclavitud.

La adquisición de las virtudes es el único camino para ser verdaderamente libres, maduros, dueños de las propias acciones. La virtud es un hábito bueno que hace a la persona capaz de cumplir el bien con recompensas gratificantes, aunque a veces cueste.

Hay virtudes que son adquiridas, es decir, que llegan con nuestro esfuerzo a través de la repetición de acciones buenas. Luego llegan las infusas, es decir, recibidas como don de Dios junto con la gracia santificante.

Las virtudes adquiridas, llamadas también virtudes morales, se reagrupan en torno a cuatro virtudes fundamentales, llamadas Virtudes Cardinales que son: La Prudencia, La Justicia, la Fortaleza y la Templanza.

La Prudencia es la virtud que nos dispone para comprender en todas las circunstancias lo que hay que hacer.

La Justicia es el firme propósito de dar a cada cual lo que le es debido.

La Fortaleza es la constancia para alcanzar el bien y la capacidad de superar los obstáculos que a ello se oponen.

La Templanza es el pleno dominio de sí mismo que nos pone en condición de no dejarnos vencer por los placeres de los sentidos.

Las virtudes cardinales y, en general, todas las otras virtudes morales ligadas a ellas, nos permiten cumplir el bien prontamente, con naturalidad y con alegría.

Sin las virtudes el hombre puede hacer alguna acción buena, si quiere, pero la mayoría de las veces puede hacerlo sólo con fatiga y con esfuerzo, por lo cual no puede ser constante en el bien.

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