“Honestidad: Una persona honesta es aquella que procura siempre anteponer la verdad en sus pensamientos, expresiones y acciones. Cualidad de ser decente”. “Sinceridad: veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento”…
Una persona honesta procura siempre anteponer la verdad en todo lo que hace, el único problema es que “la verdad” es un asunto de percepciones y entendimiento, de acuerdo a la persona que la interpreta. Sin embargo, el punto de la honestidad no es tener “la verdad absoluta”, sino ser consciente sobre qué es verdadero dentro de nosotros mismos y tener el coraje de revelar, mediante acciones congruentes, ese contenido a los demás.
La sinceridad y la honestidad son amigas y caminan siempre de la mano. No hay sinceridad sin honestidad ni puede faltar la sinceridad cuando hay honestidad.
El tema es que la sinceridad abarca los canales de expresión del individuo, mientras que la honestidad abarca la congruencia completa entre pensar, decir y hacer.
La posibilidad de ser honestos está estrechamente ligada a la capacidad de ser honestos con nosotros mismos y ser capaces de vernos en los estados “menos gratos de admitir”, sin abrumarnos tanto que necesitemos escondernos. Por otro lado, también depende de la calidad con que monitoreamos las sensaciones internas (sentimientos y sensaciones corporales), que son las que al final revelan lo que verdaderamente es cierto sobre una situación.
Las personas honestas no intentan engañar a los demás en nada. No dudan en revelarse tal cual sienten y jamás toman ventaja de otros, ocultando la verdad o distorsionándola; por simple principio revelan sus intenciones tal cual son. Las personas honestas son sinceras y siempre expresan lo que son y piensan sin alterarlo ni fingir, a veces incluso, a pesar de que tal verdad no les sea de conveniencia ni decoro.
La ausencia de esta virtud es la deshonestidad, que tiene mil caras. La cara de la mentira, la de la omisión, la de la distorsión, la de la pretensión, la del listo manipulador… de cualquier manera que se le ve “es falsa”.
Cuando tenemos tanto miedo de dejarnos a ver tal cual somos, o somos tan egoístas o voluntariosos que no logramos ser auténticos o dejar a otros ser libres. La deshonestidad ha hecho casa en nuestro corazón y muy posiblemente en todos o al menos algunos de los canales de expresión de nuestra alma.
Lo más lamentable es que este defecto no siempre implica mala intención. En general casi todos nos mentimos algunas veces, porque la verdad es muy dolorosa de aceptar (cuando se trata de defectos, por ejemplo) o porque no nos gusta la verdad (cuando hay situaciones que nos cuesta aceptar). En estos casos somos honestos hasta que tengamos la fuerza de hacerle frente a la verdad, por simple mecanismo de defensa de la mente.
Siempre que tengamos consciencia de ser lo que somos, podemos serlo, de lo contrario no. Si hemos sido tratados con esta clase de defectos, es probable que los veamos como “normal”, si no tenemos consciencia de lo que sentimos, con omisiones manipulamos sin percatarnos de lo que hacemos.
Las personas deshonestas mienten, engañan, estafan, “riegan bolas”, distorsionan las historias que cuentan para hacerlas “parecer” lo que a ellas les convenga. Las personas deshonestas ocultan información importante, dejan la duda obrar en su trampa de manipulación. Las personas deshonestas se mienten a sí mismas y a veces hasta se creen sus propias mentiras, a tal punto, que cuando lo olvidan podrían hasta ofenderse si alguien les hace ver la verdad.
El exceso de esta virtud es la manifiesta sinceridad sin los deseos creativos y constructivos detrás. Cuándo se “sale de nuestra boca la verdad” en un arranque de enojo y no sirve ningún propósito constructivo el decirla, cuando la forma en que expresamos la verdad es destructiva y no pretende otra cosa que dejar claro quiénes somos a la luz de nuestro ego; aunque sea verdad lo que expresamos, ya no tiene caso, lo hemos convertido en defecto.
La excesiva honestidad también abarca un punto menos claramente desbalanceado: el exceso de “vulnerabilidad” ante los demás. Si hablamos honestamente de todo y todo lo decimos, algunos momentos resultan inadecuados para hacerlo. Algunas veces, porque simplemente no tiene uno derecho a opinar sobre todo e invadir el libre albedrío de los demás con nuestras opiniones; otras porque simplemente decir a “quemarropa” todo lo que hay en nuestra mente, no resulta ni adecuado, ni sabio en todo momento y circunstancia.
El tema es tener en mente que para ser honesto, se requiere refinamiento en la forma de expresarse, el propósito al hacerlo, el público al que se le expondrá y el contexto al que esa expresión irá a dar. Las personas con este defecto dicen cosas de las que luego se arrepienten, dicen la verdad destructivamente, dicen la verdad ignorantemente, dicen la verdad a quien no la deberían decir, sin guardarse nada para sí mismas y tienden a dejarse llevar por sus emociones a situaciones de poco provecho. Las personas con este defecto son groseras, ponzoñosas y tienen resentimiento como motivación o en el otro extremo, tienen falta de tacto, ignorancia y expresan sin consideración lo que piensan.