“Sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes han sufrido penalidades o desgracias”….
La Compasión es en sí misma una virtud deseable en todo ser humano sin embargo el tema puede prestarse a largo debate cuando de equilibrio se trata. La compasión sana, se establece por empatía con la persona a la que se le extiende, sin perder de vista la capacidad de ésta para levantarse por encima de sus circunstancias en caso decida buscar la fuerza interior a voluntad para lograrlo y, consecuentemente, desarrolle la actitud necesaria para salir adelante. La persona compasiva posiblemente ofrezca además de la compasión, misericordia en combinación con oportunidades para que tenga lugar esta actitud.
Las personas compasivas aparentan ser “algo quisquillosas”, no dan oportunidades “porque si”; exigen que el que las va a recibir, se plantee a sí mismo el reto de levantarse de nuevo como algo posible y deseable para sí mismo, en lo que está dispuesto a poner de sí y esforzarse.
Las personas compasivas no favorecen el que las personas piensen en sí mismas como víctimas indefensas, sino que ayudan a éstas a identificar ideas y/o acciones a través de las cuales pueden empoderarse de nuevo, y en caso de que no haya ya nada que hacer al respecto de la situación, refuerzan la idea del sufrimiento como algo pasajero y natural que debe aceptarse y sentirse hasta tener salud de nuevo, sin permitirse a sí mismo caer en la tentación de convertir “un suceso desafortunado” en “una identidad”. Las personas compasivas no toman toda la responsabilidad de la situación, sino una parte de ella, e instan a los que ayudan a aprender a ayudarse a sí mismos. Dan en la medida de sus posibilidades. Su intervención podría ser justamente llamada heroica por su carácter desinteresado en cuanto a compensaciones o crédito.
El defecto por exceso se manifiesta como exceso de compasión en dónde la persona se “apropia” de los problemas ajenos y reacciona en forma de un intento desbalanceado de “rescatar” a quien cree indefenso, sin que sea ese el caso realmente. Con frecuencia se sienten impulsados más por un sentimiento de culpabilidad o de “Identificación con la situación” que de bondad o misericordia genuinas. Muy frecuentemente por identificarse a sí mismos con el estado de víctima y en un intento de compensar la propia experiencia de impotencia se vuelcan compulsivamente a ayudar a los demás con una distorsionada idea de lo que la compasión les requiere de sí mismos. Las personas en el exceso andan rescatando a todo y todos por todos lados, con frecuencia en detrimento de su propia vida o responsabilidades y llevan su vida como una especie de “redentores del sufrimiento” que, en general, es más el producto de su propia desafortunada experiencia de vida que de la virtud en sí misma. Con su actitud de tomarse responsabilidades y atribuciones que no les corresponden, suelen fomentar la irresponsabilidad y la codependencia en otros que al no tener que esforzarse simplemente se acomodan sin hacer ya ningún esfuerzo por superar su condición.
El defecto por ausencia de la virtud de la compasión es la crueldad; que estriba en pasar por alto el sufrimiento de otros y de hecho en lugar de conmiserarse de ellos, ejercer influencia para intensificar su sufrimiento aún más.
Las personas crueles han desarrollado una idea de sí mismos entorno a una “superioridad” percibida en torno a su fuerza y poder sobre los demás, por lo que incluso sienten placer al proferirles abusos, pues ello refuerza su sensación de superioridad aún más.
Es muy frecuente que alguien desarrolle la crueldad a consecuencia de haber sido tratado con ella anteriormente (generalmente de niños), habiendo sido capaces de resistir gran cantidad de sufrimiento en sí mismos; por lo que se formaron una identidad basada en esa cualidad y la exageran a costa de abusar de otros.
Puede observarse en niños que no han experimentado crueldad, simplemente a consecuencia de su curiosidad y sentido de exploración, por estar en total ausencia de consciencia de todas las implicaciones que tiene la crueldad en la persona que lo recibe, el entorno y en su propia vida pues no han desarrollado la habilidad de la empatía.
Es difícil con frecuencia establecer la justa medida donde se halla el equilibrio, hasta que se ha oscilado entre los extremos que es de hecho lo que suele ocurrir cuando no hemos aún establecido parámetros de discernimiento adecuados para encontrar el equilibrio y por lo mismo pasamos de “rescatistas” a ser totalmente “inmisericordes” o “indiferentes” ante el sufrimiento ajeno.