“Templanza: la virtud que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados y compartidos”…
La templanza asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad, a través de someter las decisiones a un código de valores (elegido por uno mismo). Implica el dominio de lo racional, por medio del uso de la voluntad sobre lo instintivo, y por lo mismo, puede ser aplicada, tanto al deseo de prestigio, riqueza y dinero, como al deseo sexual y/o al apetito relacionado a la ingesta de comida. Sin ella la propensión a la adicción, nos reduce a ser seducidos al punto de la esclavitud, a la atracción, al placer generado por los instintos.
Las personas templadas no se desbocan para ir tras sus apetitos de ninguna clase, no están dispuestas a satisfacerlos a toda costa ni bajo cualquier circunstancia, ni a caer en la adicción ni al placer ni a la comodidad; pero tampoco caen en el extremo de negar sus necesidades y deseos por completo. Las personas templadas someten la decisión de buscar la satisfacción de sus deseos, al análisis de causas y efectos para establecer su relación a los valores que ellas mismas han elegido honrar y defender, por ser causas que le dan sentido a su propia vida y por lo mismo, solamente acceden a satisfacer sus deseos, si éstos no transgreden ninguno de esos valores.
En el lado de lo material (prestigio, bienes y dinero), donde el deseo por la comodidad o la exaltación del ego parecen encontrar su cauce, su filosofía es hacer siempre transacciones de ganarganar y se ayudan con la destreza de “la negociación de términos” para encontrar el punto exacto, donde esto pueda ocurrir en beneficio de todas las partes involucradas. No toman el dinero o los objetos como algo que define su valor personal o que define su personalidad; en lugar de ello se consideran valiosos en la medida en que logran vivir de acuerdo a su código de honor elegido. Las personas con templanza no tienen vergüenza de empeñarse en conseguir dinero o bienes, pues saben que sin él su capacidad de expresión, su comodidad y su potencial quedarán truncados, pero no pierden jamás de vista, que el fin no justifica los medios. Son equilibrados tanto para gastar, como para buscar sus ingresos.
Por el lado del apetito, la templanza mantiene al individuo consciente de no comer cuando no tiene hambre y de no sobrepasar los límites de capacidad digestiva, en pro de perpetuar el placer en el paladar. Su prioridad es la salud.
Por el lado del apetito sexual, no consideran utilizar a los demás sólo para satisfacer los deseos de su cuerpo y prefieren guardarse para ocasiones en que su interacción pueda ser tanto física, como mental y espiritual, dentro de contextos que no resulten destructivos y que no comprometan sus valores.
En ausencia de esta virtud las personas tienden a ser adictas al placer o la comodidad, por lo que en ese estado sus acciones tienden a ser poco honorables y se vuelven completamente egoístas y destructivas, ya sea para ellas mismas u otros, o simplemente quedan reducidos a su parte animal sin control de ella.
El defecto por ausencia de esta virtud se expresa de muchas maneras tales como:
1. Codicia: afán excesivo de riquezas, sin necesidad de querer atesorarlas.
2. Avaricia: afán excesivo de riquezas, con la necesidad compulsiva de atesorarlas.
3. Prodigalidad: gasto excesivo y descuidado de los bienes, en perjuicio de sí mismo o su familia.
4. Gula: vicio derivado del deseo desordenado por el placer relacionado a la comida o la bebida.
5. Lujuria: vicio derivado de un deseo sexual desordenado e incontrolable.
El defecto por exceso de esta virtud proviene de intentar corregir el defecto por ausencia, a través de la represión, usada como medio de control en función del ego, ya sea por querer “parecer virtuoso” o por miedo a “parecer defectuoso”, en lugar de hacerlo a través del discernimiento sobre los factores involucrados y la manera en que ellos afectarán a todos los involucrados, donde genuinamente se prefiere el bien común, al bien egoísta.
Tomemos el ejemplo de una persona puritana (defecto por exceso que acompaña a la lujuria): su deseo de “parecer buena” le hace reprimirse en exceso y le lleva adejarse a sí misma insatisfecha todo el tiempo, acumulando tanta tensión dentro de sí, que la explosión de la lujuria será un peligro latente, si en algún momento la tentación supera su fuerza o encuentra un receptor muy dispuesto.
Cuando una persona se reprime por largo tiempo, llega a olvidar sus propios deseos hasta convertirlos en un factor que desconoce y por lo mismo, se vuelve vulnerable a actuar a partir de ellos sin notarlos. Como no le demos discusión o análisis racional a esta situación conscientemente, a través de algún medio, ya sea hablado o escrito, el peligro de caer es inmensamente más grande que el que hay si se toma consciencia profunda del tema.
La meditación y análisis periódico de las virtudes nos puede ayudar a tener tan en consciencia nuestros valores, como para no caer en su ausencia o exceso cuando llegue la ocasión. Aquellos que pasan por alto este hábito jamás encuentran el equilibrio de la templanza fácilmente, pues a duras penas se darán cuenta cuando sus actos no reflejan virtud.