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Las virtudes que tienen todas las personas de éxito (parte 4)

“Diligencia: Diligencia procede del latín “Diligere” que significa Amar. La diligencia, en sentido más alto, es el esmero y el cuidado en ejecutar algo. Una prontitud de hacer algo con gran agilidad tanto interior como exterior”…

Llamemos pereza al defecto que se da cuando no deseamos esforzarnos sino permanecer en estado de comodidad pese a que lo apropiado o conveniente sea ponernos en acción. Este defecto nos predispone a estar lentos, torpes y con poca o ninguna disposición para actuar. En general puede darse simplemente porque no hemos descansado lo suficiente y nuestro cuerpo no ha alcanzado a cargarse de energía suficiente para su desempeño como para sentirnos alertas o con la sensación de agilidad. En estos casos, se da de manera natural y lo más sano es proveerse de energía antes de entrar en actividad. Curiosamente hacer ejercicio físico puede incrementar el nivel de energía que puede fluir en el cuerpo, entonces, pese a la falta de deseo de hacerlo es precisamente un estimulante para tener más energía disponible. Cuando la disposición de no hacer nada se debe a falta de buena voluntad para servir o servirse a sí mismo a través del esfuerzo, entonces lo calificamos de defecto.

La virtud de la diligencia es, de manera muy sutil, la puerta al servicio a los demás y la puerta a la vida en armonía con todo y todos. Su utilidad trasciende el impacto de la tarea realizada, pues la gracia y buena voluntad que acompañan al acto, son la verdadera estrella de esta virtud. Las personas diligentes son de mucho apoyo para los demás y despliegan una característica grandiosa: hacen con total entrega y amor continuo la tarea que se requiere de ellos. No esperan a que se les solicite. No requieren que otros hagan también algo para entrar en disposición a servir. Por su amor y armonía están listos y muy dispuestos para aportar lo que se necesita por su propia iniciativa, aun si ya hicieron bastante o si son los únicos contribuyendo. Su espíritu amoroso es amable y bondadoso y eso es lo que les mueve a actuar.

Si nos ponemos a pensar, la diligencia en sí misma es grandiosa, pues su alto grado amoroso le hace genial, sin embargo está en contra del bien propio actuar diligentemente cuando lo apropiado sea hacer otra cosa, cuando ya se haya excedido la cantidad razonable de trabajo que se le debe pedir al cuerpo, cuando el uso del tiempo no se ha priorizado en orden de importancia o de acuerdo a objetivos que incluyan, de manera integral, todos los roles de nuestra vida.

La forma que toma el exceso de esta virtud en el ámbito del trabajo suele observarse como “adicción al trabajo” y corresponde a una manera desequilibrada de priorizar nuestras actividades, al extremo de amenazar con destruir nuestras relaciones y otras áreas importantes de nuestra vida, como la salud. Otra razón por la que podemos caer en este exceso es la búsqueda de aprobación de los demás, un desequilibrio en la capacidad propia de recibir favores de otras personas.

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