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Justicia

DEFECTO POR AUSENCIA: INJUSTICIA

DEFECTO POR EXCESO: LEGALIDAD

Lo que persigue la justicia es la igualdad y la distribución equitativa y correcta del bienestar dentro de una comunidad en la que participamos, a través de comprometernos voluntariamente a guardar acuerdos de ganar-ganar que se regulan a través de un conjunto de reglas previamente determinadas con ese fin en mente, para poder alcanzar alguna clase de beneficio para las partes que participan haciendo esfuerzos conjuntos.

Si se desea, la justa acción debe estarse en disposición de vivir aferrado a un código de honor, consciente que se ampare en el equilibrio del bien personal, tanto como en el de los demás.

Nunca podremos ser justos si no tomamos consciencia plena de los obstáculos interiores que se requerirán conquistar para poder ser justo.

Hemos de adquirir prudencia, templanza y fuerza y ponerlas al servicio de la justicia, sometiendo constantemente nuestras decisiones a la rigurosa evaluación de la equidad entre el bienestar que intercambiamos unos con otros.

Es la mescla de virtudes la que crea la virtud de la justicia y cualquier desequilibrio en otras virtudes causará la injusticia.

Comencemos por entender que se habla de justicia sólo en contextos donde reina la libertad. Donde ninguna de las partes ha sido coaccionada, ni engañada, ni presionada, ni manipulada de ninguna manera, para comprometerse al código de reglas que regula la distribución del bienestar dentro del acuerdo o alianza a realizar.

La justicia es relativa al respeto y cumplimiento de las normas que se hayan acordado conjuntamente para regular el bienestar.

Aún si las reglas fueran descuidadamente planeadas o en ausencia de consciencia y no velaran realmente por los intereses de ambas partes en igual medida, lo justo seguirá exigiendo lealtad al acuerdo inicial y al cumplimiento de lo que se pactó, pues cada parte debe ser responsable de sí misma y sus decisiones cuando de acuerdos hechos en libertad se trata.

En todo caso, si en posterioridad al acuerdo se detectara que no se honra el bien común equitativamente, lo procedente sería intentar renegociar el acuerdo y compensar de alguna manera, los errores cometidos en la distribución y reconsiderar el compromiso a la alianza pactada en torno a los valores acordados.

Muchos problemas de injusticia son causados por hacer acuerdos apresurados con grados de ambigüedad altos, pero sobre todo, por tomar decisiones sin ser realmente conscientes de lo que implicarán.

Es decir, si no se ha tomado el tiempo de describir y revisar más allá de toda duda lo que es el convenio, lo que se espera de las partes y los atributos y alcances del mismo, es altamente posible caer en una situación de injusticia, pues el grado de inexactitud con que cada parte puede estar entrando a la alianza facilita tener expectativas encontradas y malos entendidos.

Es por eso que en los negocios conviene escribir los acuerdos para dejar fuera la ambigüedad y en lo personal, pese a que no se acostumbra, sería altamente recomendable hacerlo también o como mínimo hablar extensamente de los puntos importantes y las expectativas a llenar.

Las personas justas siempre quieren el bien común, lo buscan y favorecen voluntariamente, dándole importancia igualitaria a su bienestar como al de la parte con la que se une en favor de un beneficio.

Sin embargo, no hay justicia sin relatividad, debido a nuestra condición humana de inconsciencia constante.

Las crisis son sintomáticas de acuerdos de “perder-ganar” (injusto) y provocan serio malestar en las relaciones de los que integran las partes dentro de la negociación.

Pero el malestar no es malo necesariamente, lo será sólo si se pretende culpar a los demás por “el trato de pérdida” que se recibió y se olvida que en un principio, ha sido uno mismo quien aceptó el acuerdo, ya sea por falta de consciencia sobre lo que uno necesitaba o lo que realmente se podía dar en armonía con el propio bienestar o falta de consciencia sobre que no se estaba entablando un acuerdo con alguien que en realidad estuviera verdaderamente consciente de lo que necesitaba.

Muchos acuerdos se “mal logran” debido a el ambiente de ambigüedad en que se pactaron y la falta de rituales para dar cuentas que pueden incidir grandemente en causar malestar emocional derivado de permitirnos imaginar las intenciones que puedan estar mediando en los acuerdos.

El defecto por ausencia de esta virtud es “injusticia”.

Califica de injusticia el defecto de una persona que con mala intención y plena consciencia intenta (a sabiendas de la destrucción de valor a la que se someterá a la contraparte) procede a través de la coacción por poder, el engaño o la omisión, a forzar un acuerdo de “perder-ganar” en donde el otro será despojando de lo que por derecho ganado debería ser suyo.

Esta no es una característica de “monstruos” como quizás a veces imaginemos, sino una condición infantil que se deriva de un sujeto que ha sido injustamente tratado, al grado que ha dejado de confiar en absolutamente todos los demás y por lo mismo, deja de creer que puede obtener lo que necesita o desea a través de acuerdos mutuamente benéficos.

Simplemente, es una consecuencia de tratar injustamente a alguien, que se le lleve a una descomposición tal, que posiblemente se vuelva egoísta como defensa a la cantidad de injusticia que ha encontrado.

En los casos de injusticia voluntaria ciertamente es difícil la recuperación, puesto que es precisamente la fe de esa persona en los demás la que está rota y a menos que conciba milagrosamente de nuevo una “posibilidad”  de encontrar justicia en acuerdos armónicos, no dará marcha atrás.

Siempre preferirá abusar que ser abusado y por lo mismo, se echará de cabeza a la injusticia.

No logrará notar que su desconfianza atrae hacia sí mismo otros que temen confiar, tanto como otros que consideran válido obrar injustamente en respuesta al peligro de ser “victimizado” y que aún en contacto con alguien confiable, su propia desconfianza podría corromper la de la otra persona, inclinándole a actuar de manera controladora.

El encuentro con “ingenuos” no conmueve de todo a un injusto, porque lo juzgará de “inferioridad” debido a su distorsionada visión de que el fuerte es el único que sobrevivirá. Su desprecio por el ingenuo es alto, porque no cree que exista tal cosa como la justicia en un ser humano. Por lo mismo, no sabe apreciar la pureza y mucho menos la escoge para vivir y no tiene en cuenta intereses externos a los suyos pese a que pagará un alto precio por vivir eternamente en desarmonía con los demás.

A lo mejor se refugie en soledad sin entender por qué pasa la vida en un tono injusto o lo convierta en “lo normal” e inevitable de la vida, al punto que pierda toda sensibilidad por el dolor que causa en su sociedad.

En todo caso, ni cuando caes víctima de alguien verdaderamente injusto puedes quejarte del todo, porque sólo una persona en ausencia de su propio poder para actuar en pro de sí mismo (irresponsabilidad), se involucra “voluntariamente” en un acuerdo de esta naturaleza. No obstante, amerita tener compasión por el que pierde dentro de esta circunstancia, por reconocer que desarrollar responsabilidad no es un tema de “ganas de tenerla” sino un proceso lento de toma de consciencia de cómo manejar “causa y efecto” a nuestro favor, para poder tenerla.

Es la ignorancia de no saber reconocer los rasgos de alguien injusto lo que nos coloca a merced de su egoísmo y debemos asumir la responsabilidad de tomarnos tiempo para pensar y saber discernir cuándo tenemos a quién en frente.

El exceso de deseos de ser “justo” a veces se convierte en el defecto por exceso, cuando un deseo de venganza y castigo reemplaza a la voluntad noble de preservar el bien común. Entonces, nuestro actuar es más bien “reaccionar” y la justicia que se alcanza representa nada más lo que puede o no ser defendido en el marco literal de lo establecido previamente como “reglas del juego”.

El problema es que difícilmente se puede comprobar que haya realmente una ausencia de consciencia al actuar y las personas por tendencia, solemos no pensar bien de los demás cuando sus acciones nos resultan de alguna manera dolorosa, pues perdemos objetividad.

Claramente el problema es que nuestra manera habitual de reaccionar a las injusticias, comenzó en nuestra niñez y no teníamos allí la capacidad de ser responsables por “causar correctamente”, ni siquiera la posibilidad de influir en los que nos ayudaron a crecer y, tal y como lo mencioné anteriormente, esta situación de haber sido tratado con injusticia, conduce a la pérdida de confianza en los demás, ocasionando propensión a ambos defectos, tanto el defecto por ausencia que es la “injusticia”, como el defecto de querer proceder a partir del sentimiento de venganza o la aplicación inflexible de lo acordado.

Suponer que somos justos, por el simple deseo de serlo, es ingenuo e inexacto. Aquel que aspire a la justicia deberá ser firme en su disciplina por llegar a conocer profundamente los conceptos de valoración (virtudes) equilibrados que puedan ayudarle a obrar con equidad en su vida.

El trabajo de establecer esos valores con verdadera profundidad determinará el grado de justicia de la que podremos gozar en nuestra vida por lo que ningún esfuerzo debería ser demasiado si se tiene en mente que este punto de equilibrio entre el bien personal y el de los demás es a veces muy difícil de discernir.

 

Silvia Larrave

www.silvialarrave.com

[email protected]

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