Discreción: Sensatez para obrar y expresarse con tacto y prudencia oportunamente.
La discreción es una valiosa virtud, tiene por objeto filtrar lo que decimos y hacemos conteniendo lo que no es oportuno y eligiendo las mejores maneras y tiempo de hacerlo en función de un bien mayor.
Las personas discretas saben darle a cada cosa su lugar y tiempo, saben dejar pasar la vida a medida de su prudencia y, por lo mismo, no se expresan indiscriminadamente ni se exhiben delante de los demás sin filtrar su conveniencia.
Las personas discretas obran por prudencia con cautela y sosiego, sin apresurarse a dejar saber todo lo que sienten o piensan, por ser muy conscientes de la naturaleza variable de sus emociones y opiniones así como las de los demás, por lo que prefieren reservar sus expresiones a la conveniencia de su bienestar y el de otros implicados dosificando y guardando información hasta que la consideren más estable y oportuna de develar.
Las personas discretas no son hipócritas ni manipuladoras, su discreción está en función de no dañarse a sí mismos o los demás por apresurarse a revelar información innecesariamente.
Los que han perdido la medida en la discreción caen en la discreción indiscriminada; generalmente, es porque en realidad no están callando al servicio del bien común, sino de su propia agenda, importándoles más “verse discretos” o preservarse a sí mismos de toda posible consecuencia indeseable”, que tener una buena razón para serlo.
Si “su ego se verá afectado” callan, y si su “agenda personal” será afectada al conocerlos otros, callan para poder salirse con la suya.
Las personas con el defecto por exceso muestran un tipo de discreción que tiene su base más en la manipulación o el miedo a quedar expuestos, ser descalificados o encontrar oposición que a servir el bien de alguien que no sean ellos mismos.
El defecto por ausencia de la virtud es la indiscreción. Los que pecan del defecto por ausencia son personas que emiten sus expresiones sin filtro alguno, impulsivamente y sin pensamiento analítico previo o revelan información “sensible” con alguna agenda maliciosa en mente. Dos motivaciones completamente diferentes.
Algunos, porque la honestidad que les caracteriza puede estar desbalanceada y puede con ello causar “escupitajos de expresiones” que sería mejor reservar por el bien de la mayoría. Otros, por su inclinación a “envenenar la mente de otros”, para servir su propia agenda.
Los indiscretos del primer tipo no tienen “pelos en la lengua” y todo lo comentan y todo lo dicen y todo lo exhiben sin prudencia… aún si los más perjudicados pudieran llegar a ser ellos mismos. Su ingenuidad les coloca en la posición vulnerable como lo sería un niño frente a adultos conscientes.
Los que adolecen de la virtud tienen sus motivos dentro de los parámetros de la inseguridad y la mejor forma de equilibrarse es proponerse tener un espacio de reflexión analítica mínima, antes de revelar cosas potencialmente retadoras para sí mismos y los demás, hasta que poco a poco se vuelve más y más natural.
Los indiscretos del segundo tipo lo son por elección, por lo que no podemos entender más que como un egoísmo agudo que, en cierta manera, también se basa en inconsciencia de las buenas razones que pueden haber para preservar el bien de todos en lugar de sólo el nuestro.
Los discretos lo han conseguido a fuerza de llevarse a la sensatez a sí mismos, meditando para llegar a estar conscientes de lo que las cosas implican y de cómo éstas afectan a cada parte involucrada. Una labor que sin duda es retadora pero es alcanzable para todo aquel que quiera alinearse a sí mismo a verter su expresión de manera más constructiva, por su propio bien y el de los demás.
