Recalcamos la importancia que tienen las tres virtudes teologales en la vida del hombre.
Son llamadas también virtudes infusas puesto que es Dios quien las infunde en el alma en el momento del bautismo: se trata de la Fe, la Esperanza y la Caridad.
De ellas, la más excelsa es la Caridad y es la que más debemos de procurar alcanzar poniendo todos los medios a nuestro alcance para que Dios nos la acreciente cada día.
Las virtudes son hábitos buenos que nos llevan a hacer el bien. Podemos tenerlas desde que nacimos o podemos adquirirlas después.
La virtud es la disposición habitual y firme de hacer el bien y se adquiere por repetición de actos o por un don de Dios.
La virtud permite a la persona no sólo hacer el bien, sino dar lo mejor de sí misma. La persona debe de superarse siempre como hombre y como cristiano.
El objetivo de una vida virtuosa no es un perfeccionismo, donde la persona elimina defectos porque considera que no debe de tener tal o cual falla; esto sería un vanidoso mejoramiento de sí mismo. Tampoco es un narcisismo de verse bien, que todos piensen que es lo máximo. La virtud no es una higiene moral por la cual limpio mi persona.
Las virtudes son hábitos operativos, es decir, hay que actuarlos. No se trata de tener buenas intenciones, “pensar: tengo que ser más ordenado”, hay que ser más ordenado.
Por ello es que el hombre debe encauzar las pasiones para ser un hombre íntegro. Porque las virtudes se adquieren por medio de actos virtuosos.
Comentaré brevemente algunas de las principales virtudes en la vida del hombre:
La Alegría: Dicen que las personas más felices no siempre tienen lo mejor de todo, sólo saben sacar lo mejor de lo que encuentran en su camino y tienen razón. El secreto de la felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace, sin importarle el resto. Y es que muchos de nosotros ponemos más interés en hacer creer a los demás que somos felices que en tratar de serlo. Lo curioso es que para la verdadera felicidad no se necesita una vida cómoda sino un corazón enamorado. Cuando a uno le preguntan qué es ser feliz, se equivoca al conjugar el verbo, porque menciona siempre tener (tener salud, tener dinero, tener comodidades) y la verdadera felicidad está más en dar que en tener, la felicidad la da la tranquilidad de conciencia. De allí la importancia en formarla como se debe.
La Templanza: Modera la atracción de los placeres, domina la voluntad sobre el instinto. Qué mal camino es hacer todo lo que al cuerpo le gusta, darle todo lo que pide, se acostumbra y eso hace que, con el tiempo, ya no tengamos fuerza para decir que no, cuando son cosas deshonestas.
La perseverancia: No consiste en no caer sino en levantarse siempre. Las cosas hay que terminarlas. Siempre es mejor el final que el principio.
El aprovechamiento del tiempo: vivimos como millonarios del tiempo, no sabemos cuidarlo ni aprovecharlo, hay que saber administrarlo.
La sobriedad: Dominio de los bienes creados. Es decir que no a la ostentación. La gente se basa en lo que tiene y no en lo que es. La sobriedad está en cómo empleamos el dinero.