En esta edición continuamos analizando la virtud de la EMPATÍA.
La empatía nos ofrece la posibilidad de entrar en compasión por las personas, entrar en conciliación de ideas encontradas, comprender actitudes y agregar valor al buscar soluciones que incluyan los ángulos de mira de todos. Nos sensibiliza como para no ser excesivamente severos en nuestros juicios y no ser desconsiderados con nuestras acciones.
Las personas empáticas escuchan con mucha atención a los demás y sin prejuicios, por lo que se vuelven capaces de comprender mejor a sus semejantes y, por lo mismo, de encontrar maneras de resolver los problemas incluyendo las necesidades de todos, resolviendo los problemas de percepción que se presentan entre las personas y ellos.
Su empatía les ofrece la posibilidad de permanecer en conflictos y diferencias ideológicas, sin percibirlos como ataques a su persona.
Las personas empáticas son ágiles para perdonar a consecuencia de esta habilidad. Son generosos y humildes, porque notan lo que supone tener dentro las emociones que en algún momento están dirigiendo a otros a actuar. Son excelentes líderes, por ser muy ávidos para prever las emociones con las que otros tienen que lidiar y saber dirigir las mentes de sus seguidores de manera constructiva e integradora de sus opiniones y las de otros.
Las personas empáticas no sacrifican sus objetivos y límites con las personas, pero comprenden y son sensibles a los demás, permitiendo que tengan la responsabilidad que les corresponde. No sobrevaloran lo que perciben, sólo lo toman en cuenta y le dan solución.
Las personas que carecen de empatía suelen ser desconsideradas, egoístas, conflictivas, agresivas y prejuiciosas. Son incapaces de aceptar diferentes opiniones. Son, en ocasiones, hasta crueles con los demás por ser incapaces de sentir compasión.
La falta de habilidad para la empatía genera la ausencia de “sentimientos de culpa saludable”, que se desprende de transgredir ciertos derechos de los demás, por lo que una persona sin esta habilidad puede convertirse en un serio problema para la sociedad entera.
El problema inverso surge del exceso de empatía, el cual estriba en “identificarse” con las emociones del interlocutor a tal punto que se pierden de vista las metas, valores y límites objetivos, haciéndonos propensos a exonerarle de responsabilidades que le corresponden.
La identificación con el otro puede ocurrir simplemente porque la circunstancia de la otra persona iguala a una “propia” alrededor de la cual hemos construido nuestra identidad, con lo que podemos perder la objetividad y rumbo al fundir su pensamiento con el nuestro y, por lo mismo, tender a sobrevalorar lo que experimentan,tendiendo a “reaccionar” a partir de ello en lugar de actuar con asertividad.
La empatía aplicada indiscriminadamente a toda situación y llevada al extremo, nos coloca en una posición de debilidad frente a aquellas decisiones que requieren de poner límites a través de medidas correctiva severas. Su vertiginoso efecto emocional puede causar nubladas visiones de lo que es realmente conveniente y acertado en cada situación. En todo caso, la diferencia básica que aplica alguien con la virtud es la de no perder la objetividad y medir sus decisiones a partir de valores y no emociones.