“Humildad: es la característica que define a una persona modesta, alguien que no se cree mejor o más importante que los demás en ningún aspecto”…
Todas las virtudes son un equilibrio entre dos fuerzas. En el caso de la humildad, es un poco difícil de visualizar, el reto es un poco de balance con mucho de conexión espiritual. No tenemos que pensar mucho, para imaginar cómo es una persona con problemas de la ausencia de la virtud: “soberbia”.
Por lo general son fáciles de identificar, pues su manera de comportarse lo refleja con mucha claridad. Las personas soberbias tienen una idea “engrandecida” de sí mismos. Tiene la ilusión de sentirse “mejores” que los demás y tienen el hábito de compararse con todos, todo el tiempo. Por lo mismo, con frecuencia son arrogantes y cuando cometen un error, les resulta prácticamente imposible admitirlo, pues su concepto de sí mismos, no les permite creer que se pueden equivocar, mucho menos sentirse en evidencia frente a otros. La soberbia puede manifestarse también por “exceso de seguridad en uno mismo”, sin que uno se percate siquiera de su pretencioso estado. El soberbio tiene complicada la creatividad, pues suele escuchar poco de lo que otros le aconsejen y por lo mismo se mantiene repitiendo sólo sus propias ideas, lo cual les limita salir de círculos viciosos que crean con su manera de pensar.
Les encanta sentirse en control de todo y no pueden aceptar muy bien el hecho de no ser ellos quienes sepan lo que hay que hacer siempre. Se mantienen a la defensa de su ego antes que nada.
Su actitud es la de alguien que se considera que los demás le deben servicio, son desconsiderados, pues sólo tienen en cuenta sus propios intereses. Resultan presuntuosos y egoístas por su errada concepción de superioridad. En caso de que descubran un error, su autoestima sufrirá, como sí se tratara de una tragedia.
Las personas en el “exceso de la virtud” tienden también a tener una “falsa” y exagerada humildad, en donde les es imposible concederse ningún crédito a sí mismos. Aún cuando sea innegable que lo merecen, intentarán invalidarlo o negarlo, pues se sienten temerosos de parecer soberbios. En el fondo la soberbia está “a la vuelta de la esquina”. Saben que sí tiene algo de mérito, pero les aterra entrar a la soberbia.
Entonces resulta que su evaluación sobre sí mismos es inexacta y desproporcionada, sólo que en el sentido contrario al de las personas soberbias. Se sienten de menos e intentan buscar un medio para sentirse valiosos a través de sus logros. De allí su obsesión por servir, pues sentirse útiles les aporta un poco de la autoestima perdida. Su proyección es el de alguien en decepción de sí mismo, alguien que necesita probarse que vale algo. La otra posibilidad es que su pretensión de humildad sea realmente una más cara para ocultar su soberbia. Se nota por la manera en que contradicen los logros obvios para los demás. No admiten que han hecho algo bien y de todas maneras parecieran desear que se les insista en que sí es meritorio su logro.
Ninguno de los extremos resulta ni realista, ni verdadero. En ambos casos, la visión temerosa de uno o la arrogante del otro, les impide lograr muchas cosas en las que se requiere de una autoconfianza moderada y realista.
La persona humilde, en cambio, es una persona bastante realista en cuanto a sus capacidades, no las agranda, ni las achica. Se siente bien consigo mismo y le atribuye su éxito no a ser superior a los demás, sino a estar en conexión con lo Divino. Por lo mismo le acreditan el mérito a algo superior a sí mismos, que se abre paso a través de ellos y toma expresión tangible sólo por su deseo de servir.
La actitud de las personas humildes es de servicio hecho de corazón. No lo utilizan como una manera de proyectar una imagen, como en el caso de los que están en el defecto por ausencia o por exceso. Su actitud realista les permite asumir sus errores como un camino de aprendizaje, por lo que no se sienten abochornados de admitirlos, sino más bien, agradecidos por notarlos.
Toman su experiencia como algo común: con un balance entre éxitos y fracasos y notan los mismos resultados en los demás por lo que no se enlazan ni se demeritan.
Se tratan a sí mismos como iguales a todos y por lo mismo, su trato es corriente y ameno. Se abren paso por la vida, pues no tienen problema ni inconveniente en asumir responsabilidad por sus errores, al contrario, los convierten en oportunidades para mejorar todo. No les preocupa como “se verán”, son genuinos.
Enfrentan sus limitaciones como un reto a desarrollar su perseverante intento de mejorar. Se sienten agradecidos por todo lo logrado. Cuando están en cargos de poder, su actitud no es la de sentirse importantes. Tienen muy claro que de estar allí su función es la de servir y su cargo les inspira responsabilidad y no superioridad.
En todo caso, si el tema de la humildad es algo que deseamos adquirir, difícilmente lo lograremos tratando de ocultar nuestros logros, se trata de tener todo el tiempo los pies en la tierra, concediendo honor a lo que lo merece pero sin alardear de ello.
Como con todas las virtudes, podemos mantenernos fluctuando a veces entre el defecto y la virtud. Podemos lograr ser humildes en un aspecto de nuestra vida y no serlo en otro.
Lo importante es mantenernos observando nuestras reacciones a todo y corregirnos a nosotros mismos con paciencia. Aceptando que a veces, pese a nuestros mejores deseos, nuestro ego será el ganador de la batalla, pero felices porque una vez lo notemos tendremos de nuevo la posibilidad de mejorar.